Temporada de reflexiones

Por: Pablo Cervantes Méndez

El presidente Andrés Manuel Lopez Obrador (AMLO) ha reivindicado desde el 1ero de diciembre de 2018 el derecho político a expresar su opinión de manera pública y sin «tapujos», sin demérito de su investidura presidencial ni de su papel como primer mandatario. Por lo tanto, su gobierno, y la toma de decisiones en su administración, no están disociadas de su posición política general, hecho que en sí mismo implica un cambio radical con respecto a muchos de sus antecesores, quienes establecían opiniones políticas de manera esporádica y en general solo «en lo oscurito».

AMLO recurre de manera cotidiana a su opinión como fundamento general de su actuar como titular del Poder Ejecutivo y capitán de la administración pública federal. Este es uno de los tantos hechos que desconcierta a una parte de la población, y que a su vez provoca un Bendito Coraje a la mayoría de la clase política. ¿Debería ser esto distinto? ¿Debería guardar su opinión solo para algunos allegados? Yo opino que no, rotundamente no.

Al ser el máximo dirigente del movimiento político que le llevó al poder, el posicionamiento mediático de su opinión le permite interactuar de manera directa con sus seguidores y mantener así la vanguardia de la Cuarta Transformación del país. La opinión de Andrés Manuel es quizá el principal activo de la popularidad del Presidente.

La paradoja de la opinión presidencial sobre el proceso sucesorio es, sin embargo, un dilema que tiene a las «corcholatas» en una condición de suspenso.

La opinión públicamente expresada por el Presidente es que él no intervendrá en la definición de la persona y que él está cierto que el método de selección será el de la encuesta, ya que así está contemplado en los estatutos del partido. Y aquí es donde empiezan las complicaciones para el entendimiento de las clases políticas, tanto las formadas a la antigua como las emergentes, sin importar la división de clases al interior de Movimiento Regeneración Nacional (Morena) entre «puros» e «impuros». Pareciera que nadie le cree al Presidente.

Las voces del pasado se han apoderado de muchas personas, y han permitido que ese pequeño priísta que todos llevamos dentro exija a gritos (pero en lo oscuro) que sea López Obrador el que defina ya, hoy y ahora a su sucesor para poder dar por finiquitado el sexenio y se inicie la transición, como si hubiera prisa. Como si no faltase un tramo importante de gobierno.

Mientras tanto el Presidente sereno, observa cómo todas las personas que aspiran a sucederlo se desenvuelven, opinan, se juntan entre sí, se alejan, y buscan de alguna forma presionarlo o agradarlo, descalificando opiniones de sus propios compañeros y luego descalificando el descalificar ¡Qué difícil debe ser el contener la tentación autoritaria de los fantasmas del pasado! ¡Qué difícil es entender el cambio de mentalidad que AMLO propone!

Finalmente la opinión personal de todos los que de una u otra forma somos parte de este movimiento debe contar y debe escucharse, pero nuevamente la paradoja se encuentra en que si la opinión particular y personal pareciera disentir de la opinión general, se deja de ser parte del movimiento para convertirse en su adversario, y eso no es así.

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de BENDITO CORAJE.

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