¿Qué pasó hace 3 años en México?

Por: Carlos Portillo

Después de la masacre de Tlatelolco, uno de los líderes estudiantiles que sobrevivieron advirtió: “El gobierno de este país deberá tener mucho cuidado con aquellos que en 1968 tenían diez, doce o quince años. Por más demagogia que se les inocule, por más droga que se les aseste, ellos recordarán siempre en lo más íntimo de su mente, las golpizas y los asesinatos de que fueron víctimas sus hermanos… Recordarán —por más que el gobierno se empeñe en hacérselos olvidar—, que de pequeños sufrieron la ignominia de los garrotazos, las bombas lacrimógenas y las balas”.

A casi 800 kilómetros de distancia de la Ciudad de México, en Tabasco, había un joven que el 13 de noviembre de ese mismo 68 cumplió quince años: Andrés Manuel, quien desde hace tres diciembres es presidente de México.

La historia de Andrés Manuel está profundamente entrelazada con la historia de los últimos cincuenta años del país y las causas populares que fueron surgiendo y evolucionando a lo largo de ese lapso.

Desde la defensa de los valles y pantanos de los chontales en su estado, hasta haber encarado —uno tras otro— dos fraudes electorales, Andrés Manuel se convirtió en una de las personas de mayor impacto en la opinión pública del país. Además, es muy probable que, hoy por hoy, sea el único mexicano que ha caminado todos los municipios del territorio nacional.

Andrés Manuel fue el primero en señalar públicamente que la nación estaba secuestrada por una mafia del poder, ganándose represalias que incluyeron una descarnada guerra mediática en su contra —vigente hasta nuestros días— y un intento de desafuero. Sin embargo, la historia le dio la razón: PAN y PRI eran mucho más amigos de lo que simulaban y estaban embelesados por el poder económico, como han ido confirmando la fiesta de Cevallos, el Pacto por México o la reciente alianza de Va por México.

Tras décadas de observar y escuchar en persona las necesidades y dolores de la gente, de luchar por una auténtica democracia, de estudiar y escribir sobre los acontecimientos que marcaron la senda de la patria, Andrés Manuel consiguió atinar a lo que sería la clave del triunfo: el diagnóstico, hacer un diagnóstico preciso de la realidad política y social de México, pues solo así podían proponerse soluciones concretas.

¿Qué arrojó ese diagnóstico? Que la corrupción era el origen de todos los males en nuestro país, advirtió Andrés Manuel. Y la mafia del poder, una vez identificada, bautizada y aludida, reaccionó diciendo que aquello de la corrupción era un abstracto, una exageración o acaso demagogia simplista.

¿Será un abstracto decir que la corrupción es el origen de todos los males en México? ¿Será exagerado decir que desmantelaron al Estado y malbarataron el patrimonio nacional? ¿Será demagogia simplista recordar que las reformas de Peña se aprobaron mediante sobornos millonarios, o que en su sexenio se entregó un tercio del suelo mexicano a empresas transnacionales?

El diagnóstico arrojaba que la corrupción era el principal enemigo de la salud, la educación, la paz, la cultura, el arte y la ciencia en México. La corrupción era quien extorsionaba a la libertad de expresión y a la de prensa, era el verdugo de la soberanía y autosuficiencia energéticas, era el devorador del medio ambiente.

Con el reparto de miles de concesiones mineras, la corrupción llegó a decirle a las comunidades: “Te voy a quitar tu tierra y te voy a obligar a destruirla a cambio de un sueldo miserable y ningún tipo de seguridad social o condiciones suficientes para proyectar una vida digna a tu familia”.

La corrupción postergó el acceso a la soberanía alimentaria y el auge de una producción agrícola con respeto a los ciclos naturales de la tierra, pues le dio la bienvenida a los transgénicos en nuestros campos, poniendo en riesgo nuestra diversidad de maíz, chile y otras semillas, aparte de erosionar a los campesinos o exiliarlos, ya sea en el vecino del norte o en el narcotráfico.

La corrupción no nos permitía vivir seguros porque generó una impunidad en la que cualquiera podía infringir la ley, al grado de asesinar o violar sin consecuencias, dejando en un completo estado de desprotección a las personas más vulnerables y conjurando la deshumanización más feroz. La corrupción engendró un Estado de violencia que no se podía ya tolerar.

Habían convertido al país en el botín de la clase política y sus cuates, fueran nacionales o extranjeros. Y llegó Andrés Manuel a proponer la honestidad como bandera. Algunos quisieron tacharlo de comunista, otros de loco. Sin embargo, ese tabasqueño hizo confluir la indignación y la canalizó en esperanza, gracias a que había recolectado —como él les llama— los sentimientos de la nación.

En 2018, Andrés Manuel encabezó una revolución en la que se reemplazaron los fusiles del siglo pasado por conciencia social y votos en las urnas. De esta manera, se estableció un gobierno al servicio del pueblo, se abrieron las puertas de las instituciones a la gente común y se instalaron, por primera vez, un gabinete y legislatura paritarias en México.

Desde hace tres años, la 4T busca reconstruir y rediseñar los despojos del Estado que los neoliberales dejaron, solo porque ya no les cabían en las maletas cuando saquearon todo. Ese gran desafío implica revalorizar el Estado y ponerlo al servicio de todas las personas, especialmente, de quienes siempre fueron invisibles.

Esto pasa, en esencia, por ese combate a la corrupción del que tanto habla Andrés Manuel. Se está desarticulando la simbiosis entre el poder político y el poder económico —como hizo Juárez con la Iglesia y el Estado—, se está despedazando la red de complicidades y la estructura de lujos y privilegios que denigran el sentido verdadero del servicio público. En su lugar, ha llegado la austeridad republicana, la redistribución y la democracia participativa, colocando al pueblo en el centro de las decisiones.

Ahora, con la iniciativa de reforma eléctrica justo a mitad del sexenio, Andrés Manuel está en pleno combate por la soberanía nacional, como en su tiempo estuvo el General Lázaro Cárdenas.

Sin embargo, la gran contienda de la Cuarta Transformación es la batalla ética por el cambio de conciencia, el cambio civilizatorio que ha descrito el Pepe Mujica varias veces. La victoria definitiva será desterrar las ideas que el neoliberalismo incrustó durante décadas en la población: la búsqueda del dinero a toda costa, la exaltación del consumir por consumir y la incitación al egoísmo más despiadado.

La gran hazaña de la 4T será redibujar el destino de México para convertirlo en una patria donde el bien común prevalezca siempre por encima del capricho individual; una patria donde la dignidad sea costumbre y la felicidad no sea una utopía.

Tal vez el gobierno de ese 1968 sí debía temerle a quienes tenían diez, doce o quince años en aquel entonces.

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