Por: Carlos Portillo
Durante su visita oficial a Cuba, el presidente Andrés Manuel López Obrador dedicó casi 20 minutos para relatar algunos fragmentos de la historia de Catarino Erasmo Garza, precursor de la Revolución Mexicana, asesinado en Costa Rica y marginado por la historia.
De igual forma, el mandatario mexicano anunció que, actualmente, su gobierno realiza una investigación para recuperar los restos de Catarino y llevarlos a México.
A continuación, compartimos el fragmento del discurso donde habla de este héroe anónimo, olvidado pero bendito:
Existe una historia paralela a Martí, el independentista cubano, en la figura de un revolucionario mexicano: Catarino Erasmo Garza Rodríguez, quien, a pesar de ser poco conocido, en esos mismos tiempos tuvo la osadía de encabezar una guerrilla desde Texas y convocar al pueblo de México a tomar las armas para derrocar a Porfirio Díaz, 18 años antes de que lo hiciera Francisco I. Madero en 1910.
Catarino Garza era de Matamoros, Tamaulipas, y vivió en Laredo y en otros pueblos de la frontera de Estados Unidos y México. El 12 de septiembre de 1891, cruzó el río Bravo al mando de 40 guerrilleros y el 15 de ese mes de septiembre dio el Grito de Independencia en Camargo, Tamaulipas; en una de sus proclamas para levantar al pueblo contra Porfirio Díaz, Catarino denunciaba, antes que otros, la grave injusticia del despojo de las tierras de las comunidades indígenas, declaradas por el régimen como baldías para beneficiar a grandes latifundistas nacionales y extranjeros. Catarino era periodista y sus manifiestos eran constantes, profundos y bien escritos; sin embargo, en el terreno militar fue poco lo que logró con su movimiento; apenas reunió a unos 100 combatientes y de sus cuatro incursiones al territorio de México solo se alzó con una victoria en el Rancho de las Tortillas, cerca de la población de Guerrero, Tamaulipas; pero aun sin ganar muchas batallas, el desafío de este guerrillero causó un profundo malestar en la élite castrense mexicana que, en colaboración con el Ejército de Estados Unidos y con los famosos Rangers de Texas movilizaron a miles de soldados para sellar prácticamente la frontera y llevar a cabo una tenaz persecución pueblo por pueblo, rancho por rancho, en busca del jefe rebelde, de su pequeña tropa y de sus simpatizantes.
En esas circunstancias, Catarino desaparece y en medio de conjeturas surge la leyenda y el inseparable corrido que en un verso decía:
A dónde fue Catarino
con sus planes pronunciados
con su lucha insurgente
por el mexicoamericano.
El misterio se aclaró cuando, tiempo después, se supo que Catarino apareció en Matina, un pueblo de la costa del Atlántico de Costa Rica; antes estuvo escondido aquí en La Habana, protegido por sus hermanos masones independentistas. En esos tiempos, Costa Rica fue el país de los encuentros y el territorio ideal para preparar guerrillas y desembarcos de los más importantes revolucionarios de América Latina y el Caribe.
El presidente de Costa Rica, Rafael Iglesias Castro, era un liberal tolerante y respetuoso del derecho de asilo. De allí que líderes y caudillos militares preparaban en la capital costarricense la Independencia de Cuba, la integración de los países centroamericanos y la reconstitución de la gran Colombia, proyectos celebrados bajo palabra de honor, en los cuales también existía el compromiso de apoyar a Catarino en el derrocamiento del dictador de México.
En ese ambiente de fraternidad, Catarino estrechó relaciones con cubanos, colombianos y centroamericanos. En Costa Rica había alrededor de 500 refugiados cubanos, el más destacado de los cuales era Antonio Maceo, el general que, junto a Máximo Gómez, luchaba por la Independencia de Cuba y era considerado una amenaza por el gobierno colonial español.
[…]
Aunque Catarino conocía a Maceo, finalmente optó por vincularse al general radical colombiano Avelino Rosas y con su hombre de confianza, el periodista y escritor Francisco Pereira Castro. En esa época, entre otros colombianos, conspiraba en Costa Rica el célebre general Rafael Uribe Uribe, también amigo de Maceo, y quien inspiró a Gabriel García Márquez para crear el personaje del coronel Aureliano Buendía en su célebre novela Cien años de soledad.
Enfrentando todo tipo de adversidades, traiciones y penurias, como suele suceder en esas luchas, Rosas pudo definir y emprender un plan revolucionario para rescatar a Colombia de los conservadores. Fue así como ordenó a Catarino que emprendiera la acción para tomar el cuartel y el puerto de Bocas del Toro, ahora Panamá.
La anunciada expedición de Catarino comenzó a principios de febrero de 1895 casi al mismo tiempo que la de Maceo a Cuba. La mejor información sobre la incursión de Catarino y su trágico final se la debemos a Donaldo Velasco, el comandante de los puertos de Bocas del Toro y Colón, quien, al año siguiente de los hechos; es decir, en 1896, publicó un folleto en el que narraba con buena prosa, todo lo sucedido. Gracias a este culto agente conservador, conocemos los pormenores de la última odisea del revolucionario Catarino Erasmo Garza.
La misión no era fácil, pero el idealismo de los revolucionarios es una extraordinaria fuente de inspiración y constituye una fuerza muy poderosa. Una vez realizado el desembarco en Boca del Toro, pasadas las cuatro de la mañana del 8 de marzo de 1895, los jefes guerrilleros colocaron a los 30 combatientes para atacar de manera simultánea el cuartel de policía y el militar. Velasco reconoció que “habían logrado sorprendernos cuando menos lo esperábamos, a pesar de tantos avisos…”.
El combate fue intenso y llegaron a pelearse cuerpo a cuerpo: En los primeros minutos, las bajas eran de los soldados. Catarino dirigía la acción con pasión y valor. Sin embargo, “dos disparos casi simultáneos… lo hirieron de muerte… la agonía fue corta”.
Poco después, a las 5 de la mañana, sonó poderosa la corneta de los soldados tocando una diana en señal de triunfo. En el parte de guerra enviado al general Gaytán, quien se encontraba en David, Panamá, se informaba que habían muerto cinco guerrilleros y nueve soldados, con ocho heridos; “de estos últimos, de una y otra parte, murieron algunos más tarde”.
A las 4 de la tarde fueron sepultados, en una fosa profunda del panteón de Bocas del Toro, situado en la orilla del mar, Catarino Erasmo Garza Rodríguez, Francisco Pereira y dos compañeros más. “Donde cae el hombre, queda”, diría siete décadas más tarde el Che Guevara. Nosotros estamos ahora haciendo una investigación para recuperar los restos de Catarino Garza y llevarlos a México.
La información de lo acontecido en Bocas del Toro se abrió paso y llegó a todas las islas y puertos de la Costa Atlántica.
Porfirio Díaz se enteró el 11 de marzo, a través de un cable que le envió su embajador en Washington, Matías Romero.
Sobre si Catarino fue un revolucionario o, como se decía en ese entonces, un bandido, además de la opinión de cada quien, hay un veredicto de mucho valor por sostenerlo un leal y orgulloso conservador, el colombiano Donaldo Velasco. En su texto, este importante protagonista y testigo de los últimos acontecimientos no pudo ocultar su profunda admiración por Catarino. Cito: “No era, en mi concepto, el bandido vulgar que retratan los norteamericanos […] Aun después de muerto, inspiraba respeto…”
Esta historia no podría terminar sin esclarecer que, aun tomando el cuartel de Bocas del Toro, Catarino estaba emplazado a vencer a un enemigo todavía más poderoso. Al amanecer, a la entrada de la bahía lo esperaba con sus cañones el Atlanta, imponente barco de guerra de los Estados Unidos; un casco de acero de 96 metros de eslora y 284 marinos de la armada estadounidense. Todo este poderío, para perseguir y aniquilar, valga la paradoja, a Catarino “el filibustero”. Eran los tiempos en que los estadounidenses habían decidido convertirse en dueños del continente y definían lo que consideraban su espacio físico vital para luego emprender la conquista del mundo; estaban en su apogeo las anexiones, las independencias a modo, la creación de nuevos países, los estados libres asociados, los protectorados, las bases militares, los desembarcos e invasiones para poner y quitar gobernantes a su antojo.
No sabemos si por falsedad del comandante o por decisión del mando supremo en Washington –pues los tripulantes del Atlanta no tuvieron necesidad de intervenir–, la armada de Estados Unidos certificó que se había realizado, cito: “un desembarco en Bocas del Toro, Colombia, el 8 de marzo de 1895, para proteger vidas norteamericanas y propiedades amenazadas por una revuelta del Partido Liberal y de la actividad de filibusteros”. Los marines fueron incluso condecorados.
En un recuento somero y en homenaje a los hombres de ideales revolucionarios, el mismo año que cayeron Catarino y Pereira dejó de existir Martí; a Maceo lo asesinaron en 1896; a Rosas, en 1901. Tal ha sido también el destino de muchos héroes anónimos olvidados pero benditos y de otros que seguirán surgiendo, porque la lucha por la dignidad y la libertad de los pueblos es una historia sin fin.